La Presión Diferencial


Cuando medimos la presión arterial solemos expresar dos valores: primero uno mayor, llamado Presión Máxima o Sistólica, y uno menor, llamado Presión Mínima o Diastólica.

A partir de estos dos valores se pueden establecer dos presiones más: la Presión Media, que es la máxima más el doble de la mínima y todo dividido entre tres, y la Presión Diferencial, que consiste en restar la mínima de la máxima.

La Presión Media es muy útil para determinar la presión de perfusión, esto es, la presión promedio que permite irrigar nuestros órganos. Como se habrán dado cuenta por la fórmula, no es un promedio simple, sino más bien uno ponderado.

Esto se debe a que el corazón invierte sólo una tercera parte del tiempo en contraerse y expulsar sangre (sístole) y dos terceras partes del mismo en relajarse y llenar de sangre sus cavidades (diástole).

La Presión Diferencial es también llamada la presión del pulso, porque de su valor depende qué tan intensamente podemos percibir el latido de nuestro corazón al palpar una arteria, por ejemplo, en nuestras muñecas.

Ya que los valores normales de la máxima oscilan entre 90 y 140, y los de la mínima entre 60 y 90, la presión diferencial normal de una persona cualquiera podría oscilar, teóricamente, entre 0 (=90-90) y 80 (=140-60) mm Hg. Obviamente, este es un simple cálculo matemático que está muy lejos de la realidad.

Es por ello que debemos apelar a la Presión Diferencial Corregida, esto es, correlacionar porcentualmente la presión diferencial con la presión sistólica. La PDC debe hallarse entre el 25% y el 50% de la presión máxima.

Cuando la PDC está por debajo del 25% decimos que la diferencial es baja, o como lo suele entender la gente, que las presiones están "pegadas". Por el contrario, cuando pasa del 50% decimos que la diferencial es amplia, como suele ocurrir en las diversas formas del síndrome de corazón hiperdinámico (hipertiroidismo, anemia severa, insuficiencia aórtica, etc) o, y he aquí la parte más importante, durante nuestra vejez.

En efecto, al paso de los años vemos incrementarse nuestra presión diferencial, lo cual ocurre a expensas de sus dos factores determinantes: por un lado, el incremento de la presión máxima y, por el otro, la disminución de la presión mínima.

Para poder entender este hecho los invito a acompañarme en un razonamiento muy sencillo. Imaginémonos que un día vamos a una ferretería y compramos una manguera para regar nuestro jardín. Está nueva, se siente suave, y sólo habrá que conectarla al grifo apenas lleguemos a casa.

Una vez instalada abrimos el caño, no hará falta siquiera hacerlo mucho, porque bastará apretar un poco su extremo para que el agua salga con la suficiente fuerza para regar todo el césped. Es más, si no es muy grande el área o no necesitas llegar a algún sitio recóndito, podrías darte el lujo de simplemente dejarla suelta, y que el agua chorree poco a poco.

Pasa el tiempo, la manguera se ve expuesta al sol, y termina secándose. Ya no es tan elástica como antes, se siente dura, tanto así que ya se nos dificulta apretarla en su extremo para que el agua salga con más presión. No queda más que, ahora si, abrir todo el caño.

El aparato circulatorio sigue el mismo camino que la manguera antes descrita. En un principio podemos regular bien nuestra presión con tan solo discretos cambios en el diámetro de nuestras arterias más pequeñas, tal como lo haríamos con una manguera nueva, soltándola o apretándola en su extremo.

Pero el correr de los años hace que nuestro sistema arterial se endurezca (arterioesclerosis), con lo cual perdemos la capacidad de aumentar presión a expensas de este mecanismo. Es más, para ese momento de la vida ya habrán ciertos tejidos que comiencen a mostrar cierto deficit circulatorio, un equivalente a esos escondrijos a los que me referí anteriormente, y no bastará con que la sangre simplemente "chorree".

Uno de estos tejidos que ven deteriorar su flujo sanguíneo es el cerebro, que ahora exige que la sangre le llegue con más presión. No queda más remedio que generarla forzando al corazón a bombear con más fuerza, del mismo modo que cuando nos vemos en la necesidad de abrir más el caño.

El resultado de todo este proceso es que la presion mínima se reduce, ya que buena parte de las arterias no se pueden cerrar por lo duras que están, permaneciendo semiabiertas, sin ofrecer resistencia alguna. Inversamente, la presión máxima se incrementa, porque el corazón bombea con más fuerza de manera compensatoria. Estos cambios determinan que la presión diferencial se amplie, si bien la presión media se mantiene promedialmente estable para asegurar la perfusión, entiéndase irrigación, de nuestros órganos vitales.

Es muy importante entender estos conceptos, porque muchas veces perdemos de vista que no toda alza de presión es negativa, ya que puede responder a las propias necesidades del organismo, especialmente si se trata de personas ancianas.