Presión Alta: Síntoma, Signo o Enfermedad?


Para dar una respuesta a esta interrogante, debemos comenzar por diferenciar estas tres posibilidades.
  • Síntoma es la molestia referida por un paciente, vale decir, aquello que siente y de lo cual se queja. p.ej. un dolor de cabeza (cefalea), una palpitación, o sentir que le falta el aire.
  • Signo es aquello que el médico encuentra mientras examina. p.ej. observar ictericia (piel amarilla), palpar una hepatomegalia (hígado hinchado) o auscultar un soplo cardíaco.
  • Enfermedad es una entidad patológica, un padecimiento específico con nombre propio, que reune síntomas y signos caraterísticos que permiten identificarla. p.ej. neumonía (pulmonía), infección urinaria o diabetes. 
Cuando hablamos de presión alta nos referimos a una elevación en las cifras de la Presión Arterial, la que conforme a parámetros establecidos por los expertos en el tema, no debería pasar en ningún caso de 140/90, e idealmente ser menos de 120/80. El rango intermedio se considera limítrofe o borderline, y merece observación y cuidados para evitar convertirse en hipertenso. Pasemos a explicar el significado de estas dos cifras separadas por una barrita.


La primera cifra se llama Presión Máxima o Sistólica, y se ubica antes del slash. La segunda cifra se llama Presión Mínima o Diastólica, y se escribe después del slash. Para entender estas dos denominaciones, voy a compartir con ustedes unos cuantos conceptos básicos y unos símiles muy sencillos.

Ustedes saben que el corazón late o pulsa en todo momento, y a eso le llamamos latido cardíaco. Normalmente son 60 a 100 latidos en un minuto, o latidos por minuto (LPM). Si nuestro corazón va a este ritmo, es decir, a esta velocidad, decimos que está en Normocardia (normo=normal); si va más lento, menos de 60 LPM, a eso lo llamamos Bradicardia (bradi=lento); mientras que si va más rápido, a más de 100 LPM, el cuadro se llama Taquicardia (taqui=rápido).

Lo que representa este número de latidos no es más que las veces que el corazón se contrae y se relaja. Mientras hace esto último, relajarse, el corazón se llena de sangre desde las venas, y a esto lo llamamos diástole. Una vez repleto de sangre, el corazón se contrae y la expulsa hacia las arterias, lo cual llamamos sístole. Como vemos, es un fenómeno cíclico, uno seguido del otro, y por eso técnicamente lo denominamos Ciclo Cardíaco, formado por una sístole y una diástole.

En el momento en que el corazón expulsa la sangre y las arterias la reciben, se alcanza la máxima presión en esta últimas, y por eso se la nombra Presión Máxima o Sistólica. Por el contrario, cuando el corazón se relaja y recibe sangre de las venas, sin poder aún expulsarla, la presión se reduce en las arterias hasta alcanzar un mínimo, y por hallarse el corazón en plena diástole, es que se la denomina Presión Mínima o Diastólica.

Finalmente, debemos decir que en un latido o ciclo cardíaco, 2/3 del tiempo se emplean en llenar de sangre al corazón, o diástole, y solo 1/3 en expulsarla, o sístole. Este concepto es muy importante, porque permite entender por qué la Presión Arterial Media, léase el promedio de ambas presiones, se obtiene sumando el doble de la mínima o diastólica a la máxima o sistólica, y dividiendo este resultado entre tres, para obtener un promedio de ambas en función de su duración temporal.

El concepto de presión arterial media es de la mayor importancia, pues es de ella que depende no sólo la fuerza promedio con que se irrigan los tejidos, sino la aparición o no de los síntomas. Muchos de ustedes habrán sabido de personas con una máxima muy elevada pero una mínima chiquita, sin que mostraran síntoma alguno, mientras que a otros sólo se les sube la mínima y son muy sintomáticos. En ambos extremos, quien determina si aparecen síntomas o no es la presión media. 

Ahora que sabemos qué representan estos dos valores de presión, e incluso su promedio ponderado o presión media, vamos a analizar las tres hipótesis iniciales:
  • Síntoma: cuando un paciente experimenta molestias características de presión alta, como cefalea (occipital), acúfenos (zumbido de oídos), fotopsias (ver lucecitas), escotomas (ver borroso), hemorragia subconjuntival (ojo rojo), epistaxis (sangrado nasal) o disnea (sensación de falta de aire).
  • Signo: cuando en ausencia de síntomas, un personal de salud mide la presión y la encuentra elevada. Cabe aquí mencionar que en la inmensa mayoría de casos la presión alta no da síntomas, y son sólo las mediciones las que permiten descubrir una hipertensión.
  • Enfermedad: cuando un profesional médico, y mejor aún un cardiólogo, liga estos hallazgos y califica al paciente como hipertenso, iniciando una terapia que controle el padecimiento.
No todos los pacientes con elevaciones de la presión son hipertensos. A uno se le puede subir la presión por hallarse gordo, por haber ingerido sal en exceso, por haber confrontado una situación emocionalmente complicada o hallarse estresado. Lo mismo puede decirse de pacientes que sufren de un hipertiroidismo o una enfermedad renal, o quienes reciben medicamentos que por si mismos pueden elevar nuestra presión, sin olvidarnos de quienes consumen anabolizantes o estupefacientes.

Sin embargo, al organismo y específicamente a los llamados órganos blanco (esos que se dañan con la presión alta) poco les importa tus hábitos y tus eventuales problemas, e igual se ven afectados por el alza de la presión, independientemente de su causa. Es por ello de suma importancia hacerse ver por un especialista que pueda:
  • descartar que tu presión alta sea una verdadera enfermedad, llamada Hipertensión Arterial (HTA), para darle un tratamiento efectivo y oportuno antes que te haga más daño; y
  • determinar si tu presión alta responde a malos hábitos alimenticios, consumo de medicamentos u otras sustancias, o patologías de otra índole, a fin de tomar medidas correctivas lo más pronto posible.

Consultas No Presenciales


Con el advenimiento del internet y de las nuevas tecnologías de comunicación, han aparecido ordenadores y equipos celulares cada vez más sofisticados, provistos de prestaciones casi inconcebibles hasta hace pocos años. En el campo médico, y específicamente en el tema de consultas, muchos galenos sólo recurrimos al papel para escribir una receta, pues manejamos historias clínicas computarizadas que podemos colgar en la nube, para disponer de ellas en cualquier momento y en todo lugar.

Del mismo modo, se han popularizado las Consultas Online, en las que, por un módico costo, tienes la posibilidad de comunicarte con un médico en tiempo real, sin moverte de tu domicilio, tu trabajo, o donde quiera que estés. Obviamente, quienes se oponen a estos sistemas aducen que no hay nada como estar frente al médico y que éste nos examine, cosa absolutamente innegable pero, lamentablemente, no siempre factible.

Lo que es peor, en muchos casos el paciente opta por acudir a una farmacia, donde un simple boticario o, con un poco más de suerte, un químico farmacéutico, termina prescribiéndole algo sin siquiera haberlo entrevistado adecuadamente, y menos aún examinarlo. En otros, se deja llevar del consejo de familiares, amigos o vecinos, por no molestar al médico o desplazarse a un establecimiento de salud.

En mi consultorio hemos decidido implementar el servicio de Consultas No Presenciales, pero sólo dirigido a nuestros pacientes ya conocidos, esto es, personas a las cuales ya hemos evaluado físicamente, y a los cuales hemos de brindar asesoría médica en forma virtual. Asimismo, ofreceremos este servicio a pacientes nuevos en busca de una segunda opinión, vale decir, personas que disponen de estudios previos de la especialidad, y sólo buscan confirmar o descartar tales hallazgos.

Las tarifas y formas de pago serán distintas en uno y otro caso. En las primeras se cobrará un monto mínimo en función del tiempo de la consulta, de tan sólo S/. 2.00 por minuto de Lunes a Viernes y S/. 3.00 por minuto los Sábados, Domingos y Feriados, el cual se agregará al honorario a recabar en su próxima cita. En cuanto a los pacientes que buscan segunda opinión, se fijará un monto que deberá abonarse en una cuenta cuyo código interbancario les proporcionaremos previamente.

En cualquiera de estos casos nos podremos comunicar por vía telefónica, mensajería o videollamada, a través de WhatsApp, Facebook Messenger o Skype, según dispongan o prefieran nuestros pacientes.

Síndrome Barorreductivo


En el marco del tratamiento de la Hipertensión Arterial (HTA), es muy común recibir las quejas de los pacientes respecto a los efectos iniciales de la terapia, y no precisamente relacionados con los más conocidos efectos colaterales de las sustancias empleadas, como tos por priles o sartanes, edemas por dipinos o calambres por diuréticos.

En efecto, al inicio del tratamiento, y especialmente en pacientes que nunca recibieron terapia o bien la habían suspendido, muchos expresan manifestaciones propias de hipotensión o, incluso, de relativa isquemia cerebral.

Es común que nos refieran que se sienten fríos, débiles, hipoactivos y algo atontados, todo ello a raiz de la toma de las pastillas. Lo que es peor, algunos deciden suspender el tratamiento y dicen sentirse verdaderamente recuperados tras el cese de los medicamentos.

A este fenómeno hay que denominarlo Síndrome Barorreductivo, vale decir, un conjunto de síntomas vinculados a la disminución de la presión arterial por efecto del uso de drogas antihipertensivas.

Para comenzar a entender este síndrome, hay que recordar algunos criterios de la enfermedad. Quizás el más importante es que la HTA es básicamente silente, y que solamente da síntomas en 3 puntuales circunstancias: 
  • cuando debuta (paciente que inicia su HTA en Estadío 1)
  • cuando cambia de estadío (sube un grado en forma crónica)
  • cuando entra en crisis hipertensiva (sube dos o más grados en forma aguda)
Esta peculiaridad se explica porque el aparato cardiovascular se adapta progresivamente a un nuevo nivel tensional, obviamente superior al normal, de suerte que los síntomas desaparecen. Pero no sólo eso, lo que es peor es que dicha adaptación implica ir perdiendo los signos de alarma, los que sólo se habrán de presentar ante grados cada vez más altos de HTA.

Yo suelo explicar estos hechos a mis pacientes empleando el ejemplo del edificio alto, que no se sube de un solo viaje, sino de a pocos, de modo que a cada cierto trecho uno se detiene y se recupera completamente del cansancio; sin embargo, ya no se encuentra en el primer piso, sino en uno cada vez más alto.

Análoga e inversamente, intentar reducir la presión terapéuticamente puede parecerse mucho a lo ocurrido en cualquier normotenso al que eventualmente se le baja la presión. No obstante, hay que hacerles entender que estas molestias son transitorias, hasta que su organismo se acostumbre nuevamente a vivir con presiones normales, esto es, relativamente inferiores a las que presentaba antes de la terapia.

En cuanto a su manejo, lo mejor sería advertir previamente a los pacientes sobre la posibilidad de presentar este cuadro. De constatarse, optar por reducir las dosis a efectos de alcanzar nuestro objetivo en forma un poco más lenta y progresiva, aunque siempre tras efectuar un adecuado análisis riesgo-beneficio de cada caso particular.

Explicación al margen: priles (inhibidores de enzima convertidora de angiotensina), sartanes (antagonistas de receptores de angiotensina II) y dipinos (dihidropiridinas), son términos coloquiales a los que solemos apelar en la consulta médica para la mejor comprensión de los pacientes.

El Mito de la Aspirina


También conocida como el ácido acetil salicílico (Acetyl Salicylic Acid, ASA), la Aspirina, nombre comercial que le dieran los Laboratorios Bayer, su fabricante original, es popularmente aceptada como un Anti-Agregante Plaquetario (AAP). Su dosis como tal fluctúa entre 80 y 325 mg, empleándose cantidades mayores cuando se la requiere como antinflamatorio.

Mucho se ha dicho al respecto, y es común encontrar siempre pautas comerciales que parecen garantizarnos una vida sin infartos si la tomamos diariamente. Sin embargo, la realidad es muy distinta, pues su rol principal es reforzar la acción de otros AAP de mayor potencia, es decir, coadyuvar la acción de medicamentos congéneres más específicos, como Clopidogrel o Ticlopidina.

De hecho, estudios muy respetables han intentado aproximarnos al verdadero valor del fármaco como protector cardiovascular, esto es, tomando única y exclusivamente aspirina con tal fin, y los resultados son preocupantes: 4% de varones menores de 60 años, 2% de varones mayores de 60, 2% de mujeres menores de 60 y 1% de mujeres mayores de 60. En resumen, y dependiendo del sexo y la edad, entre 1 de cada 25, 1 de cada 50 y 1 de cada 100 pacientes que la consumen.

Sin embargo, su uso combinado con otros AAP más potentes demuestra un incremento de la protección para todos aquellos que los recibieron junto con aspirina. Lo mismo ocurre con pacientes que fueron sometidos a Profilaxis Anti-Trombótica con heparinoides de baja molaridad, que ven extender sus efectos gracias a tales combinaciones.

Haciendo una analogía gastronómica, que será bien entendida por mis compatriotas, es como preparar un cau-cau, con papas, mondongo y palillo, que le da su color característico. Tomar únicamente aspirina es como pensar que puedes prepararlo sólo con hierbabuena, por más aroma al guiso que nos proporcione.

Por lo expuesto, el rol de la aspirina ha sido claramente sobredimensionado, más aún si no se contemplan sus riesgos potenciales en el tubo digestivo, especialmente en ancianos, los más propensos a desarrollar úlceras gástricas a consecuencia de su uso continuo e indiscriminado.

La Presión Diferencial


Cuando medimos la presión arterial solemos expresar dos valores: primero uno mayor, llamado Presión Máxima o Sistólica, y uno menor, llamado Presión Mínima o Diastólica.

A partir de estos dos valores se pueden establecer dos presiones más: la Presión Media, que es la máxima más el doble de la mínima y todo dividido entre tres, y la Presión Diferencial, que consiste en restar la mínima de la máxima.

La Presión Media es muy útil para determinar la presión de perfusión, esto es, la presión promedio que permite irrigar nuestros órganos. Como se habrán dado cuenta por la fórmula, no es un promedio simple, sino más bien uno ponderado.

Esto se debe a que el corazón invierte sólo una tercera parte del tiempo en contraerse y expulsar sangre (sístole) y dos terceras partes del mismo en relajarse y llenar de sangre sus cavidades (diástole).

La Presión Diferencial es también llamada la presión del pulso, porque de su valor depende qué tan intensamente podemos percibir el latido de nuestro corazón al palpar una arteria, por ejemplo, en nuestras muñecas.

Ya que los valores normales de la máxima oscilan entre 90 y 140, y los de la mínima entre 60 y 90, la presión diferencial normal de una persona cualquiera podría oscilar, teóricamente, entre 0 (=90-90) y 80 (=140-60) mm Hg. Obviamente, este es un simple cálculo matemático que está muy lejos de la realidad.

Es por ello que debemos apelar a la Presión Diferencial Corregida, esto es, correlacionar porcentualmente la presión diferencial con la presión sistólica. La PDC debe hallarse entre el 25% y el 50% de la presión máxima.

Cuando la PDC está por debajo del 25% decimos que la diferencial es baja, o como lo suele entender la gente, que las presiones están "pegadas". Por el contrario, cuando pasa del 50% decimos que la diferencial es amplia, como suele ocurrir en las diversas formas del síndrome de corazón hiperdinámico (hipertiroidismo, anemia severa, insuficiencia aórtica, etc) o, y he aquí la parte más importante, durante nuestra vejez.

En efecto, al paso de los años vemos incrementarse nuestra presión diferencial, lo cual ocurre a expensas de sus dos factores determinantes: por un lado, el incremento de la presión máxima y, por el otro, la disminución de la presión mínima.

Para poder entender este hecho los invito a acompañarme en un razonamiento muy sencillo. Imaginémonos que un día vamos a una ferretería y compramos una manguera para regar nuestro jardín. Está nueva, se siente suave, y sólo habrá que conectarla al grifo apenas lleguemos a casa.

Una vez instalada abrimos el caño, no hará falta siquiera hacerlo mucho, porque bastará apretar un poco su extremo para que el agua salga con la suficiente fuerza para regar todo el césped. Es más, si no es muy grande el área o no necesitas llegar a algún sitio recóndito, podrías darte el lujo de simplemente dejarla suelta, y que el agua chorree poco a poco.

Pasa el tiempo, la manguera se ve expuesta al sol, y termina secándose. Ya no es tan elástica como antes, se siente dura, tanto así que ya se nos dificulta apretarla en su extremo para que el agua salga con más presión. No queda más que, ahora si, abrir todo el caño.

El aparato circulatorio sigue el mismo camino que la manguera antes descrita. En un principio podemos regular bien nuestra presión con tan solo discretos cambios en el diámetro de nuestras arterias más pequeñas, tal como lo haríamos con una manguera nueva, soltándola o apretándola en su extremo.

Pero el correr de los años hace que nuestro sistema arterial se endurezca (arterioesclerosis), con lo cual perdemos la capacidad de aumentar presión a expensas de este mecanismo. Es más, para ese momento de la vida ya habrán ciertos tejidos que comiencen a mostrar cierto deficit circulatorio, un equivalente a esos escondrijos a los que me referí anteriormente, y no bastará con que la sangre simplemente "chorree".

Uno de estos tejidos que ven deteriorar su flujo sanguíneo es el cerebro, que ahora exige que la sangre le llegue con más presión. No queda más remedio que generarla forzando al corazón a bombear con más fuerza, del mismo modo que cuando nos vemos en la necesidad de abrir más el caño.

El resultado de todo este proceso es que la presion mínima se reduce, ya que buena parte de las arterias no se pueden cerrar por lo duras que están, permaneciendo semiabiertas, sin ofrecer resistencia alguna. Inversamente, la presión máxima se incrementa, porque el corazón bombea con más fuerza de manera compensatoria. Estos cambios determinan que la presión diferencial se amplie, si bien la presión media se mantiene promedialmente estable para asegurar la perfusión, entiéndase irrigación, de nuestros órganos vitales.

Es muy importante entender estos conceptos, porque muchas veces perdemos de vista que no toda alza de presión es negativa, ya que puede responder a las propias necesidades del organismo, especialmente si se trata de personas ancianas.

Reservas Funcionales


Muchas veces los pacientes nos preguntan cuánto es lo normal del colesterol, los triglicéridos y la presión a una determinada edad, y lo cierto es que nos ponen en apuros, porque difícilmente podemos dar cifras.

No obstante, siendo el envejecimiento un hecho inexorable que afecta todos los sistemas orgánicos, no es disparatado plantearse semejantes cuestionamientos.

El organismo humano es bastante sabio, y mantiene unos parámetros vitales relativamente estrechos hasta donde le sea posible. Esto se logra gracias a las llamadas Reservas Funcionales, que en términos sencillos expresan ese plus al que podemos apelar ante situaciones extremas.

Todos nuestros órganos tienen reservas funcionales, pero son más manifiestas en los aparatos circulatorio, respiratorio y urinario. Así pues, el corazón, los pulmones y los riñones pueden echar mano de las mismas para subvenir mayores exigencias y conservar la vida, motivo por el cual los llamamos órganos nobles.

El envejecimiento comporta una reducción significativa de nuestras reservas funcionales, hecho que explica por qué una enfermedad determinada puede sacar al anciano de un estado de relativa suficiencia y hacerlo pasar a otro de insuficiencia, ya sea cardíaca, coronaria, respiratoria o renal.

Una forma práctica de incrementar nuestras reservas funcionales, especialmente la cardio-respiratoria, es practicar ejercicios regularmente. Del mismo modo, una dieta rica en agua libre hace más suave el trabajo de nuestros riñones, preservando su función a largo plazo.

Como decían las abuelas, hay que guardar pan para mayo, y la mejor forma de hacerlo en pos de una vejez digna y con calidad de vida es a través de una vida sana.

HTA Sal Sensible


Hace aproximadamente treinta años los cardiólogos logramos por primera vez aproximarnos a la naturaleza fisiopatológica de la hipertensión arterial, gracias a los trabajos de los doctores Ventura y Messerli.

En efecto, la contribución de estos investigadores nos proporcionó las primeras bases racionales para el tratamiento, hasta entonces empírico, de la HTA.

En términos sencillos, ellos clasificaron a los hipertensos en tres grupos hemodinámicos principales:
  • hiperadrenérgicos: generalmente jóvenes y/o estresados;
  • hipervolémicos: generalmente gordos y/o de raza negra; y
  • vasoconstrictivos: los que no encajaban en los dos grupos anteriores.
Los primeros respondían bien al uso de betabloqueadores, los segundos a los diuréticos, en tanto que los terceros iban mejor con vasodilatadores. Confirmábamos así la relación entre la enfermedad y la edad, el estrés, la raza y el peso corporal.

Ulteriormente, comenzamos a tomar consciencia de la tremenda importancia de la ingesta de sal como factor agravante de la HTA en pacientes de la tercera edad (mayores de 60 años). A esto es lo que llamamos HTA Sal Sensible.

Sin duda, la presbisipia, que no es más que la pérdida de la capacidad de percibir los sabores con el paso del tiempo, contribuye a que las personas añosas ingieran mayor cantidad de sal para saborizar sus comidas.

Una mayor cantidad de sodio corporal conduce irremisiblemente a la retención de líquidos, los edemas y la gordura, que si bien pueden contrarrestarse con diuréticos, los expone innecesariamente a sufrir arritmias, calambres y dislipidemias.

Es por ello de la mayor trascendencia reducir la ingesta de sal sódica en pacientes mayores, pudiendo reemplazarla por sal potásica, esto es, pasar del cloruro de sodio al de potasio, ya que el sabor salado no se lo debemos ni al sodio ni al potasio, sino al cloruro.